Las artes son siempre el fiel reflejo de la manera en la que la sociedad se desenvuelve, y el cine, como el septimo arte, no puede ser la excepción a esta regla. Un buen ejemplo de esto, lo apreciamos con la corriente artistica expresionista desarrollada en la Alemania del periodo transcurrido entre las dos guerras mundiales, donde agobiados y temerosos por los cambios sociales, culturales, tecnológicos y económicos, entre otros, los artistas trasforman lo que ven en el acontecer diario y lo transfoman según sus expresiones interiores, dando formas muy personales a sus obras, en las que no importa ser fiel a la realidad, sino expresar sus propias sensibilidades, las cuales luego de vivir los horrores de la guerra y la miseria de la etapa de preguerra estaban seriamente influenciadas por visiones con grandes tintes de aborrecimiento, perversidad y extravagancia.
Esto se refleja en el manejo
de lo gótico, las imágenes fantasmales, el enfoque psíquico de los personajes,
las tomas filmicas con contrastes de claridad y obsuridad absoluta sin
intermedios matizados de gris, las acciones sobreactuadas de los personajes
tanto en sus expresiones corporales excesivas en algunos momentos y sus
movimientos como automatas en otras escenas.
De igual manera, se nota de manera muy marcada el manejo de parajes
solitarios, construcciones en ruinas, y para centrar la atención en los
personajes sin importar el ambiente en el que se desarrolla una acción, la
forma en que se cierra la lente de la cámara enfocando solo lo que el director
de película quiere expresar al público.
De esta corriente denominada
expresionismo, la película Nosferatu, presentada en 1922 por el director alemán
Friedrich Wilhelm Murnau, es el mejor ejemplo pues en ella apreciamos el manejo
ejemplar de los contrastes claroscuros de las terroríficas acciones del conde
Orlok, cuando hostiga al señor Hutter y a su esposa Ellen, bien sea desde su
antiguo castillo o desde la casa en ruinas frente al hogar de la pareja.
De igual manera, apreciamos
control mental que el conde ejerce sobre sus victimas, que no es más que el
reflejo de una sociedad alemana que tras sufrir la derrota en la primera guerra
mundial, espera en medio de una rara mezcla de ansia y temor el surgimiento de
un líder autoritario que con su dominio los libere del miedo a ejercer control
sobre sus vidas y los guie hacia la recuperación de su autoestima.
Resumiendo a grosso modo lo
apreciado en la película, encontramos todo lo que la corriente artística
expresionista vivió: la miseria, los edificios en ruinas, la transfiguración de
su realidad, la necesidad de una segunda vida para desahogarse de los
acontecimientos, los horrores de la guerra que solo dejaron obscuridad en sus
vidas, pero finalmente el resurgimiento de la esperanza, pues a pesar del poder
y el gran terror que representa el conde Orlok, el cual luego de hacer gran
daño a su paso simplemente se esfuma por la acción de los rayos solares, en una
acción que podemos interpretar como la ilusión de la sociedad sobre el
resurgimiento de su país.
Y como puntada final, del
manejo de la oscuridad, la dualidad de los personajes y las características grotescas
y siniestras del expresionismo, la ponen en la vida real los dueños del estudio
Prana Film, que sin obtener los derechos de autor de la viuda de Bram Stoker,
escritor de la novela “Drácula”, la llevaron al cine cambiando los nombres de
los personajes y las ciudades y obteniendo grandes ganancias, se declararon en
quiebra y al igual que el Vampiro Nosferatu, simplemente se esfumaron sin dejar
rastro para no pagar las multas que les fueron impuestas por la infracción
cometida.
Autor: Paola Tejada.
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