martes, 5 de septiembre de 2017

Steban Gómez Cañón

Sé que a los amantes de la fantasía nos hemos topado por lo menos una vez con alguna adaptación del clásico de Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas, es una de esas obras literarias que admite todo tipo de interpretaciones, desde blancas historias hasta alucinantes composiciones musicales.
En esta ocasión es la magia del stop-motion realizada por el checo Jan Svankmajer, quien aprovechó este cuento para desarrollar su primer largometraje tras varios años exponiendo sus creaciones. Un fiel amante de lo recursivo, capaz de crear nuevas realidades con sus ideas, jugando con la morfología y con un característico toque en el movimiento de sus creaciones, dándole vida a cualquier pieza inanimada para expresar todo tipo de emociones.

Lo cierto es que esta  adaptación de Jan le favorece porque es un territorio muy amplio para que él pueda sorprendernos con su estilo, atrae mucho la forma en que recrea a los animales con ese aire oscuro  casi a primera vista como si todo fuera hacia el caos y  el terror, pero con el tiempo es la habilidad de la pequeña protagonista la que demuestra que para los infantes no hay miedo o extrañeza ante lo desconocido, sin un referente mayor  que le induzca a ese temor. La película avanza se siente y se vuelve reconocibles todos los escenarios del cuento original, pero con el  punto de partida es inventar un nuevo mundo en el que cada detalle desemboca en un enriquecedor escenario que da vida a todos los objetos inanimados que enmarca la pantalla.
En esta ocasión hay seres vivos, dos conceptos de Alicia, cráneos con ojos saltones  y frascos de mermelada con tachuelas en su interior. El resto simplemente simula todo aquello que creó Carroll en su juventud. El director siempre se sirve de objetos, huesos y algunos pedazos de carne para darle vida a sus películas., algunos se auto-construyen en el momento para esfumarse en la nada, dando una dignidad única al creador por su paciencia en un trabajo de horas que se evapora en segundos en pantalla.
Steban Gómez Cañón 


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